Una práctica basada en la difusión de noticias falsas o maliciosas con el objetivo de generar pánico e incertidumbre, en el escenario global.
En paralelo al avance del coronavirus, nos vamos encontrando con un nuevo concepto que nos está impactando día a día, la «infodemia», una práctica que si bien no es novedosa, tomo mayor impulso y se volvió más determinante en este escenario global, y que básicamente consiste en difundir noticias falsas o maliciosas sobre la pandemia y que aumenta el pánico o la angustia en las sociedades.
Todos los días, en los más diversos lugares, ya sea por los medios de comunicación, tanto los convencionales –diarios, radios, revistas, televisión, agencias informativas– como las redes sociales, se amplifica interminablemente la información sobre la pandemia sanitaria hasta saturar con datos ciertos y –en mayor abundancia– noticias falsas o malintencionadas.
Pero cuales son los fundamentos que hacen que las noticias falsas o malintencionadas se propaguen tan rápido y sean tan dañinas, eso se puede explicar basado en los estigmas que rodean al COVID-19, y que se basan en tres factores principales: es una enfermedad nueva, para la cual todavía hay muchas incógnitas; a menudo tenemos miedo de lo desconocido, y algo central, es fácil asociar ese miedo con «otros».
Pero cuales son los fundamentos que hacen que las noticias falsas o malintencionadas se propaguen tan rápido y sean tan dañinas, eso se puede explicar basado en los estigmas que rodean al COVID-19, y que se basan en tres factores principales: es una enfermedad nueva, para la cual todavía hay muchas incógnitas; a menudo tenemos miedo de lo desconocido, y algo central, es fácil asociar ese miedo con «otros».
La «infodemia», una práctica que si bien no es novedosa, tomó mayor impulso y se volvió más determinante en este escenario global, y que básicamente consiste en difundir noticias falsas o maliciosas sobre la pandemia y que aumenta el pánico o la angustia en las sociedades.
Los mensajes que recorren los distintos canales de comunicación en todo el mundo ocupan un lugar que los comunicadores oficial no puede cubrir con la información real que hay sobre la enfermedad, esos mensajes incluyen certezas que los científicos no pueden dar por lo dinámica que es esta epidemia. En el caso del Covid-19, los vacíos en el conocimiento científico y las ciencias médicas, por caso, se completan con prejuicios: se emiten fechas, números y propuestas de tratamiento que generan un ‘confort cognitivo’, mensajes que nos dan una falsa tranquilidad, anclándose en nuestros miedos y prejuicios.
La desconfianza se ha convertido en la nueva realidad. Desconfianza en las instituciones, y en las ciencias, en las narrativas oficiales, y para ello no tenemos una vacuna informativa capaz de superar, en estos momentos, la fuerza viral de la desinformación generada en torno a una pandemia que ha amplificado las vulnerabilidades de un mundo conectado física y digitalmente.Pero la gran diferencia entre el coronavirus y otras muchas epidemias que cambiaron el curso de la historia reside, precisamente, en la capacidad de virilizar el miedo y el desconcierto que provoca; en la velocidad y efectividad con que ha amplificado las vulnerabilidades de un mundo conectado física y digitalmente. Mientras se lucha por la contención del virus a escala global, la OMS ya nos ha declarado víctimas de la “infodemia”, es decir, de una sobrecarga de información no fiable que se propaga rápidamente entre la población.
Las noticias falsas están ahí, porque ya existían mucho antes, pero su capacidad de penetración se ha multiplicado no solo por la potencia amplificadora de las redes sociales, sino por la predisposición de muchos usuarios a creérselos y compartirlos.
Es necesario restaurar nuestras defensas, recuperar la credibilidad de la información y de las fuentes que la generan. Toda desinformación implica intencionalidad. Pero ¿quién y qué intereses se esconden detrás de esta manipulación, en todas sus distintas versiones? La respuesta es tan variada como la producción desinformativa que genera, lo que si queda en evidencia todos los días, es que la restauración de la salud pública pasará también por recomponer la salud informativa.
Las noticias falsas están ahí, porque ya existían mucho antes, pero su capacidad de penetración se ha multiplicado no solo por la potencia amplificadora de las redes sociales, sino por la predisposición de muchos usuarios a creérselos y compartirlos.
*Nicolás Bossio. Lic. en marketing (UAI). Prog. Public and Private Sector Synergies (Bureau of Educational and Cultural Affairs U.S. Department of State). Posgrado en comunicación política (UNR). Consultor gubernamental. Director de Bossio & Asoc. Coord. de comunicación CAPSI.