¿Dónde estamos? ¿Es este el mundo que conocemos? La situación que estamos transitando actualmente con el COVID-19, se parece mucho a una realidad distópica como las que describen y recrean las mejores historias de ciencia ficción, donde se representa a la humanidad reducida a pequeños grupos de seres asustadizos, que tratan de escapar y sobrevivir a una amenaza que los supera y que no saben cómo enfrentar.
Cuando uno lee hoy las noticias de lo que está ocurriendo en el mundo, da la sensación realmente de que se está leyendo una novela de ciencia ficción, y más de uno de nosotros nos preguntamos si esto efectivamente está ocurriendo, y nos resulta inverosímil tener que confinarnos en nuestros hogares. Sin embargo, es real, está ocurriendo.
El mundo contemporáneo ha entrado en un período potencialmente distópico, sobre el cuál es muy difícil aún conjeturar respecto de los alcances que tendrán las consecuencias de esta pandemia. Pero sí podemos conjeturar sobre las potenciales áreas de impacto, entre las que podríamos contar principalmente: el plano de la salud, y el sociopolítico, además del plano económico, en el que no me detendré en este artículo.
En el plano de la salud, obviamente en primer lugar, está el aspecto que tiene que ver con la pérdida de vidas generadas por el COVID-19, pero además también el colapso que se está generando ya en los sistemas sanitarios de los países más afectados por el virus, lo que a su vez incrementa el riesgo para la salud de todas las personas, por no poder ser atendidas adecuadamente por cualquier situación que lo requiera, ya sea por el propio COVID-19 o dolencias de otra índole. Esto indefectiblemente eleva el nivel el riesgo en el plano de la salud de las sociedades afectadas.
Luego, en el plano sociopolítico tendremos impactos diversos, siendo uno de ellos, y en el que particularmente quiero enfocarme, el de la seguridad. En este campo, los potenciales impactos son muchos y todos ellos complejos, pero en general tienen que ver con la forma en que la dinámica de la pandemia está afectando, y afectará, a la seguridad pública y de las organizaciones.
Los contextos distópicos, independientemente de qué los haya causado, generan las condiciones ideales para un incremento de la inseguridad, o mejor expresado, un incremento de los riesgos para todos los actores de las sociedades afectadas, tanto en el sector público como el privado. Aún no sabemos cómo se verán afectados y modificados los factores de riesgo en contextos como: el crimen organizado, la ciberdelincuencia, y el delito común, pero si estoy seguro de que todos ellos se verán fortalecidos y beneficiados por este contexto de crisis.
Lo cierto es que estamos ingresando en un tipo de crisis que no tiene precedentes en la era de la globalización digital, que trae consigo un nuevo contexto global de riesgos que aún no conocemos ni podemos dimensionar, y por lo tanto es muy difícil y yo diría sin sentido, intentar aplicar soluciones creadas para otras épocas y contextos. Por ello, es imperioso comenzar a pensar fuera de la caja y desarrollar un modelo de gestión de seguridad acorde a estos nuevos desafíos.
La situación que estamos transitando actualmente con el COVID-19, se parece mucho a una realidad distópica como las que describen y recrean las mejores historias de ciencia ficción, donde se representa a la humanidad reducida a pequeños grupos de seres asustadizos, que tratan de escapar y sobrevivir a una amenaza que los supera y que no saben cómo enfrentar.
Cada vez queda más claro que los distintos organismos del sistema actual no podrán estar a la altura de los desafíos, funcionando de manera aislada como lo hacen actualmente. Estados, sector académico, ONGs, empresas privadas, e incluso los individuos, deberán comenzar a funcionar de manera integrada, y a aportar cada uno desde su lugar lo que puedan para mejorar los niveles de seguridad para el conjunto.
Todas las estrategias de seguridad tradicionales están basadas en la disposición de políticas centralizadas, procedimientos, fuerzas de seguridad, organismos de fiscalización, todo con una configuración concéntrica, donde la seguridad es gestionada desde el seno de las organizaciones, con poco o nada de involucramiento de los actores secundarios o no directamente involucrados con la gestión de seguridad. A esta altura de las circunstancias, podemos arriesgar que el mundo ya no funciona así, o por lo menos, no debería hacerlo. Veamos como ejemplo en el actual contexto de crisis, donde el “único” control efectivo para luchar contra el COVID-19 está en los individuos, y es el auto confinamiento. En este caso, todo el aparato del estado y las organizaciones quedan totalmente subyugados a que los individuos acepten y decidan encerrarse para protegerse y proteger a los demás.
Debemos comenzar a generar sinergias potenciadoras entre los distintos actores del sistema. Los acontecimientos recientes nos obligan ahora a evolucionar rápidamente. Ya no hay tiempo para continuar en la tibieza de las políticas de seguridad públicas basadas exclusivamente en el “policiamiento”, pretendiendo que las fuerzas de seguridad sean, por si mismas, una manera única y absoluta de hacer frente a todos los riesgos. Es el momento de generar mesas de articulación multisectoriales, que permitan ver la foto completa del nuevo contexto de riesgos. Empoderar a los distintos actores para que tengan la capacidad de aportar sus conocimientos y herramientas, y ganar así nuevos recursos para el conjunto de la sociedad y en pro de la seguridad pública y privada, socorriendo de esta manera a estados con recursos limitados, y ya con incapacidad para reaccionar adecuadamente y hacer frente a los nuevos focos de riesgo existentes, y a los que vendrán.
En un mundo irreversiblemente globalizado e interconectado, donde toda la información del planeta está disponible en tiempo real, y las personas viajan por el mundo más que nunca en la historia, la articulación internacional tiene que ser también una prioridad. Necesitamos además acelerar el ritmo de la incorporación de nuevas tecnologías disruptivas que colaboren con la automatización de procesos, y permitan potenciar los resultados de las actividades que continúen realizándose manualmente, y fundamentalmente que permitan que la evolución de la seguridad avance a la misma velocidad que la evolución de los riesgos.
Sin bien la situación mundial generada por el COVID-19 va a ser una lección dura, y que va a costar muy caro al mundo en términos económicos y de vidas humanas, es también una oportunidad para repensar muchas cosas que se vienen haciendo de manera extemporánea y anacrónica a los tiempos que vivimos, solo por la inercia que genera la habitual resistencia al cambio que tenemos los seres humanos. Por eso, capitalicemos las pérdidas de manera que nos hayan servido de algo, y avancemos hacia el futuro con nuevas ideas y sin miedo a lo desconocido. Y en este punto, voy a citar al enorme Albert Einstein, con una de las mejores definiciones sobre la crisis que existen hasta hoy, según mi punto de vista.
No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar ‘superado’. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones (Albert Einstein)
El futuro está hecho de incertidumbre, y es por eso que necesitamos avanzar hacia lo desconocido con soluciones nuevas e innovadoras, ya que lo conocido… es historia antigua.
*Pablo Correnti, es especialista en Seguridad Organizacional con más de 20 años de experiencia en el campo. Precursor del concepto de gestión de Seguridad Integrada. Sus logros académicos incluyen, entre otros, una Licenciatura en Ciencias de la Computación, y una Maestría en Administración de Empresas (MBA), lo que le ha proporcionado una gran versatilidad entre los conocimientos técnicos y las capacidades de gestión organizacional. Fundó y es actualmente Director General de la firma de consultoría Integrated Security Consulting (IS Consulting), y también es el fundador y CEO de la plataforma colaborativa de seguridad Facewatch Argentina. Es asociado de la consultora Don Hubbard and Associates en los Estados Unidos, para asuntos internacionales en Latinoamérica. Es cofundador y actualmente vicepresidente de la Cámara Argentina de Profesionales en Seguridad Integrada (CAPSI), donde continua sus esfuerzos para promover la evolución de la seguridad como actividad profesional y desarrollar un nuevo modelo de gestión de seguridad acorde el nuevo contexto de riesgo global.