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Es de pedregullo escuchar y leer abordajes sobre el sistema de inteligencia argentino, específicamente en el accionar de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y todos sus componentes propios, inorgánicos y colaterales. Podríamos sintetizar que el propio sistema género y engendró subsistemas como anticupuerpos al sistema político, es decir, la fuente de informacion determinante para un Estado, genero operaciones por fuera del control político para condicionar las decisiones. Una entrada como aquella que encontró el Dante – Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate – pero que no llevaba al infierno, sino a lo que se denomina Estado Profundo.


Sin embargo, la inteligencia no es sinónimo de espías y operadores, es por lo contrario un sistema cuya finalidad es un tipo específico de conocimiento, un producto, que genera ventajas para los tomadores de decisiones. En este caso el presidente de la República y su gabinete. Los sombreros y gabanes son parte de la ficción, sin por ello negar que un porcentaje mínimo de los datos necesarios provienen del espionaje y otras herramientas de obtencion de informacion, pero que por una cultura de desconocimiento (?), supieron tornarse un actor protagónico de la política doméstica. El resultado, las herramientas se tornaron el sistema, y este en un actor influyente de una obra escrita por diferentes intereses (políticos, judiciales, empresarios, mediáticos, y la lista continua) y dirigida por políticos, caracteriza por la poca accesibilidad a la información legítima, la permanente desconfianza y, por lo general, el ocultamiento de sus lógicas operativas y estructuras orgánicas internas. En las gradas, el pueblo siempre en su rol de espectador.


Lo que nos lleva a plantear que el sistema evidencia patologías organizacionales o burocráticas, producto de ciertos factores relacionados con la propia organización y dinámica de los servicios y agencias de inteligencia, que provocan un mal funcionamiento. Este cuadro, afecta externa e internamente al sistema, dañando sus capacidades – la obtención de información, el procesamiento y análisis, la difusión de inteligencia – y redireccionando su objetivo de producción de conocimiento para la toma de decisiones, a la toma de decisiones con conocimiento y en función de intereses particulares por sobre los intereses de la Nación.


Ahora bien, el diagnóstico es conocido y compartido desde la mayoría de las óptica académicas y políticas. Utilizando el modelo de la salud, el sistema de atención primario – los mecanismo de modernización y control – para esta patología se encuentra desbordado o sus capacidades son cuasi inexistentes. Es decir, el sistema debe pasar por la alta complejidad.


Será en la sala de operaciones, donde se deberá plantear la continuidad o actualización conceptual del concepto de inteligencia nacional en función de los intereses vitales y estratégicos de Argentina, la región, y los juegos geopolíticos globales. Delimitar o excluir las funciones de investigación e inteligencia criminal, propias de áreas de seguridad interior, problemáticas que si bien influyen en el desarrollo nacional, distorsionan los objetivos, saturan el sistema y generan un proceso de securitización en sentido policial de la inteligencia. Establecer al desarrollo y prioridad de las áreas de inteligencia estratégica en función del desarrollo nacional, evitando la intromisión por parte de actores estatales y privados de origen extranjero en el diseño de nuestra visión de futuro o bien generan acciones que impidan o obstaculicen nuestro desarrollo.


En conclusión, nos encontramos ante la necesidad de una ampliación de los ámbitos de actuación del sistema de inteligencia, ya no con eje en el espionaje, sino en lo que respecta a amenazas globales, el posicionamiento de los países de la Región en el escenario global, el desarrollo de informacion para la protección de las denominadas infraestructuras críticas, etc. Este paso por la sala de quirófano, no debe ser un paliativo, ni una eliminación de los paradigmas utilizados, sino por el contrario, incorporar nuevo paradigmas propios de una era del conocimiento, generar una cultura de inteligencia, crear reservas de inteligencia que posibilitará el acercamiento de analistas externos, tanto de la academia como del sector privado, para aunar recursos, destrezas y conocimientos en poder disminuir los niveles de incertidumbre y mejorar los procesos de producción de conocimiento. En definitiva, contar con informacion estratégica para la toma de decisiones por parte de los representantes del poder ejecutivo.


Esto no debe asustar, la revolución de los asuntos de inteligencia es una realidad global. Argentina debe salir del ocultismo, los sombreros y los gabanes, para dar inicio a un ciclo de virtuoso que nos permita tomar las mejores y oportunas decisiones para sostener un desarrollo nacional constante.

  • Edgardo Glavinich. Licenciado en Ciencia Política (UNR). Especialista en análisis estratégico. Seguridad y Defensa. Ha cursado la maestría en Inteligencia Estratégica Nacional (UNLP). Secretario Nacional de la Cámara Argentina de Profesionales en Seguridad Integrada (CAPSI)